sábado, 29 de junio de 2013

El faraón Akenatón, el primer monoteísta de la historia.


En un imperio tan tradicionalista como el egipcio, con una estructura política, religiosa y artística, consolidada y cimentada por siglos, es inusual que un hombre decida hacer un cambio, de la noche a la mañana, de todo, con el fin de reorientar a sus súbditos por el camino que él considera el correcto. Fue tan polémico y revolucionario en vida, que una vez muerto, todo por lo que luchó fue destruido y sepultado, siendo su nombre, y el de los que lo rodearon, borrados de la historia por más de 3.200 años. Ese hombre se llamaba Akenatón.


El reinado de Akenatón comienza en el año c. 1.353 a.C., a la muerte de su padre, Amenhotep III, quien en sus 39 años de gobierno había llevado al Imperio Egipcio a la cima de la prosperidad económica y artística, llegando a obtener inmenso respeto internacional de sus vecinos y convirtiéndose en el país más poderoso y estable del momento. Unos zapatos muy grandes para calzar, sobre todo si tú no eres el heredero al trono, sino tú hermano mayor, el príncipe Tutmosis, quien se cree murió antes que el padre, transfiriéndose la línea de sucesión a Akenatón, quien, para ese momento se llamaba Amenhotep; él se va a cambiar su nombre, años después, para enfatizar su nueva fe.

Este cambio de religión, de una, inmensamente politeísta, de alrededor de 190 dioses, a una monoteísta, en donde el Dios Atón será el único, es más profundo que el mero cambio de fe. Las instituciones religiosas son a su vez instituciones políticas, que afianzan su poder, en el número de seguidores con las que cuentan, lo que significa que son infinitamente ricas y al estar sus sacerdotes arraigados en los cultos ancestrales, son muy difíciles de someter, razón por la cual es mucho más fácil, en apariencia, proscribir todos los cultos antiguos y crear uno apto para la época en que se vive. Al ser único, Atón es un Dios poderoso, una fórmula atractiva para convencer a muchos, pero sobretodo, es un Dios que ama, algo inusual en la historia de la humanidad, incluso hasta la época de Jesús, en la que los dioses, hasta ese momento, eran castigadores. Como se interpreta que Atón nos ama, al ver las manos que salen de él hacia nosotros con la intención de abrazarnos; él hace el esfuerzo de llegar.

Akenatón representado como una esfinge ofreciendo
tributo al Dios Atón.

El faraón, por supuesto, sufrió intensos ataques de los sacerdotes desesperados por mantener su statu quo, pero él se alejó de ellos, construyéndose una nueva ciudad capital, a la que trasladaría a toda la corte y a sus cortesanos, dejando a la ahora, antigua capital espiritual de Tebas, en el olvido. Esa nueva ciudad se conoce como Amarna. Pero para enfatizar aun más su resolución, se cambia de nombre, de Amenhotep IV, que significa Amón está satisfecho, a Akenatón, que se puede traducir como el adorador de Atón.

Al momento de heredar, el faraón Akenatón, contrae matrimonio con la bellísima Nefertiti, quien seguramente era familia cercana, ya que según las costumbres, los faraones se casaban con sus primas, hermanas e incluso con sus propias madres o hijas, de ser necesario, para mantener la línea sucesión muy unida y evitar la llegada de otras familias advenedizas que pudieran complicar la autocrática forma de gobernar.

Busto de la reina Nefertiti
Neues Museum, Berlín, Alemania

Cuando se ve el rostro perfecto de la reina, se ignora, que debajo de su corona, se oculta la hidrocefalia que padecía y la que heredaron sus hijas, instituyéndose una moda cortesana de deformar los cráneo de los recién nacidos para asemejarse a los de los monarcas. 

Busto de la reina Nefertiti
Neues Museum, Berlín, Alemania

Es obvio que Akenatón amaba a su esposa Nefertiti, algo inusual en matrimonios arreglados por conveniencia, en vista de la gran cantidad de representaciones, en la que los dos aparecen muy apegados, algo nunca visto hasta ese momento, en el Mundo. Lo que indica, que los cambios que va a generar, incluso los manifiesta artísticamente.


Rostros de Akenatón y Nefertiti
Neues Museum, Berlín, Alemania

En éste relieve se nota en primer plano, a los dos esposos, Akenatón y a Nefertiti, sosteniendo en brazos a tres de sus hijas: Meritatón, Meketatón y Ajensenpaatón, de izquierda a derecha respectivamente. Él no sólo besa a una de sus hijas, sino que la otra tiene celos y le reclama a la madre, mientras el Dios Atón observa y aprueba, extendiéndole los brazos a toda la familia.

Estela de Akenatón, Nefertiti y tres de sus hijas
Neues Museum, Berlín, Alemania

En ésta otra representación se mimetizan los dos personajes a tal punto, que es difícil diferenciar quien es quien, sino fuera por la doble corona que posee el personaje de la derecha. Pero es de fijarse el cariño con el que él la acaricia a ella.

Akenatón y Nefertiti
Nótese la barriga de ambos personajes.
Neues Museum, Berlín, Alemania

 Más allá de las composiciones intimistas, es de notar como el faraón es representado, sin ninguna pretensión de ser idealizado físicamente, caderas anchas, barriga pronunciada, pechos y rostro delgado, con pómulos y barbilla exagerados, como si sufriera del síndrome de marfan. Es obvio, que estas representaciones artísticas eran aprobadas por el faraón, nadie en su sano juicio se hubiese a atrevido a caricaturizarlo de esa forma.

El faraón Akenatón

Un día las referencias de la reina Nefertiti desaparecieron, lo que hace suponer que murió o que habiendo sido incapaz de procrear a un varón, hubiese sido radicalmente sustituida. En cambio, aparece ahora su hija mayor, Meritatón como Gran Esposa Real y luego su otra hija, Ajensenpaatón, ambas mantuvieron, en su rol de esposas, relaciones sexuales con su padre, Akenatón, pero con ninguna se procreó el tan ansiado macho. Su heredero, Tutankamón, fue engendrado por otra esposa, una que hasta el momento, su nombre se desconoce. 

Levantamiento anatómico realizado por la National Geographic en el año 2005.
Nótese el alargamiento inducido del craneo.

En su obsesión por imponer a un sólo Dios, Akenatón creó una crisis económica que llevó a la ruina a su país, debilitándolo al punto de convertirse en presa fácil de sus vecinos.

Con la muerte de Akenatón y la de su hijo, todo por lo que él había luchado, se desvaneció en el olvido y es irónico que el nombre del faraón que más se conoce hoy en día, el de Tutankamón, sea el de uno que casi no gobernó, pero cuyo nombre y tesoro se encontró casi completo en 1922.

Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi



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