sábado, 22 de junio de 2013

El intimismo voyerista de Jan Vermeer


Es curioso como un artista, en su momento reconocido, puede “desaparecer” de la faz de la Tierra, por la omisión de un historiador descuidado y de los sucesivos escritores, y de pronto ser redescubierto doscientos años después, para transformarse, no sólo, en lo que una vez fue, pintor renombrado, sino el ser considerado, hoy en día, en uno de los mejores pintores del Siglo de Oro Neerlandés. Ese fue el caso de Jan Vermeer, hoy convertido en leyenda.

Detalle del cuadro "La joven de la perla"

De pincel magistral y paciencia infinita, Jan Vermeer fue un perfeccionista y su obra, es casi fotográfica. Pero eso tiene un costo, y uno alto, muy pocas obras se le adjudican a él, alrededor de 34, unas más, unas menos, y al pretender vivir del arte, eso equivale a unos dos cuadros pintados por año, lo que significa que para mantener a una esposa y 11 hijos, debió ser una tarea imposible o al menos que te fueras a vivir a casa de la suegra, María Thins, lo que hicieron.

Era una casa espaciosa en la que el artista podía contar con su propio estudio y en donde va a ambientar casi todas sus pinturas.

Jan Vermeer fue bautizado en 1632 en Delft, misma ciudad en la que vivió toda su vida, una bastante corta, 43 años. Cuando se casa con Catalina Bolenes asegura su estabilidad económica más allá de la venta de sus pinturas, la familia de ella es adinerada y tan sólo un pequeño sacrificio tuvo que conceder, convertirse al catolicismo. Pero para mantener el estilo de vida a la que estaban acostumbrados, Vermeer se tuvo que endeudar, y a veces, dar obras suyas como pago colateral de esas deudas.

"Vista de Delft, c. 1660
Galería Real de Pinturas Mauritshuis, La Haya, Holanda

La ciudad de Delft, para ese entonces, era la capital de la naciente Holanda, después de su independencia del Imperio Español y un lugar ideal para un artista, quien por vivir allí, podía asegurarse la comercialización de su obra.

Para ese entonces la temática pictórica no era una de carácter épico o religioso, por el contrario, era la del hombre común que deseaba ser representado en su cotidianeidad. Vermeer no era el único artista en la zona, su archirrival era Pieter de Hooch, que enfocaba su obra de la misma manera que él, quien si fue recordado por los historiadores de su época, pero luego superado por la calidad artística de Jan Vermeer.

"El arte de la pintura", c. 1666
Museo de Historia del Arte de Viena, Austria

La composición intimista del pintor transforma al espectador en un voyerista, que espía a distancia la acción de la obra. Representa a los personajes realizando sus faenas, ajenos a las miradas indiscretas del público, como si a través de una puerta estuviésemos mirando, a la espera de alguna discreción.

"La carta", c. 1670
Rijksmuseum, Amsterdam, Holanda

El nivel de detalle para el tamaño de las obras es excepcional, pintando a la perfección los diseños de las alfombras, en los mapas o en las pinturas del fondo. Los pequeños formatos, alrededor de 50 x 50 cms, están destinados a un público de clase media, que desea decorar con clase a bajo costo.

Pero el voyerismo implícito se manifiesta de forma más evidente en el cuadro “Dama bebiendo, con un caballero”, escena para nosotros bastante ingenua, si la observamos sin fijarnos en los detalles. En el siglo XVII no es usual que una pareja no relacionada entre sí, esté sola en una habitación y menos aun bebiendo, con todo lo que el alcohol estimula en la persona, pero observamos que ella es la única que toma, él la asiste y no hay más copas, todo el vino es para ella, como último recurso de seducción en vista que en apariencia la poesía y la música no fueron suficientes, al observar los papeles y el instrumento colocados en la silla. Pero él sostiene la botella mientras ella se empina la copa, esperando a que esta se vacíe para volverla a llenar.

"Dama bebiendo, con un caballero", c.1660
Gemäldegalerie, Berlín, Alemania

En el vitral de la ventana está representada la figura de la Templanza, que simboliza la represión de las pasiones, estimulando el virtuosismo de la mujer; una moralidad fácil de esquivar a punta de alcohol.

Otra pintura de similar concepto es “Dama con dos caballeros”. Aquí Jan Vermeer nos agrega a otro personaje, uno, que en apariencia, es amigo del esposo de ella, pero con actitud desentendida, alcahueta, mientras el otro, el pretendiente, insiste que la dama beba, guiándole la copa con su mano y ella sonríe y ve de frente, creando complicidad con el espectador, dándonos a entender que sabe cuál es la intención y que además va a ceder.

"Dama con dos caballeros", c. 1659
Museo Herzog Anton Ulrich, Brunswick, Alemania

En el fondo, el retrato colgado del marido, que ve la ve directamente a ella, como si supiera, recriminando la acción. Al igual que en la pintura anterior, la personificación de la Templanza en el vitral de la ventana.

Detalle del vitral.

Pero el cuadro más conocido de Jan Vermeer y uno de los más polémicos es el de “La joven con la perla”, un típico retrato, de un personaje en apariencia, para nosotros, anónimo, que ha generado mucha especulación, en especial tras la publicación del libro de la escritora norteamericana Tracy Chevalier y posterior película del mismo nombre que el cuadro, protagonizada por Colin Firth como Jan Vermeer y Scarlet Johansson como Griette, la tímida muchacha que va a trabajar en casa del afamado pintor y se ve seducida por su arte, convirtiéndose en su ayudante y en su amante, para ser descubiertos de su pecado, por la suegra de él, al captar que los zarcillos que lleva la joven son los de su hija, la esposa de Vermeer, pero calla el adulterio, al darse cuenta, que él, entusiasmado por la clandestina relación, trabaja de forma continua y finaliza mayor número de obras, generando así, más ingresos.

"Joven con zarcillo de perla", 1665
Galería Real de Pinturas Mauritshuis, La Haya, Holanda
Afiche de la película de "La joven con zarcillo de perla", 2003
Dirigida por Peter Webber

Más allá de la aparente ficción, el rostro de la joven es en extremo seductor, observando por encima del hombro y con los labios entreabiertos a nosotros, con tentador deseo.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez

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