lunes, 21 de octubre de 2013

La Abadía de Montecasino


En el año 529, un abad, Benito de Nursia, futuro San Benito, fundó en lo alto de una colina, en el centro de Italia, muy cerca de Roma, una abadía, para hacerlo tuvo que destruir él un antiguo templo romano dedicado al dios Apolo, mil cuatrocientos años después, las fuerzas aliadas, en su avance por liberar a Roma del ejército nazi, se enfrentaron a un dilema moral: respetar el valor histórico y espiritual de la edificación, que se había transformado en una fortaleza alemana, o destruirlo.

Iconografía de San Benito, representado
como el gran constructor de la vida
monacal en Europa.

Benito de Nursia fue hijo de un noble romano y como la tradición indica, por su condición privilegiada, su vida hubiese sido una de comodidades y lujos, pero él a muy temprana edad, alrededor de los 19 años, abandona su tierra y se marcha a Subiaco, a unos 70 Kilómetros de Roma, aparentemente para escapar de una fuerte decepción amorosa, allí se aísla en una cueva y se convierte en ermitaño.

Benito de Nursia representado como ermitaño en su
cueva de Subiaco, en donde permaneció tres años.

Poco a poco el desamor da paso a una introspección espiritual en la que él se descubre y analiza la condición humana, aunque a distancia, ya que en su aislamiento sólo recibe esporádicas visitas de un monje, Romanus de Subiaco, quien le trae el poco alimento que lo mantiene con vida. Aunque en lo escarpado de la montaña en la que decidió recluirse, sobre el río Anio, existe un monasterio y muchos monjes ermitaños, al igual que él, su sabiduría y discernimiento se hacen legendarios y al cavo de tres años ya tiene un grupo de seguidores que se le acercan para escuchar, cuando él se digna en hablar, sus sabios concejos. Al punto, que al morir el abad de un monasterio cercano, la comunidad le suplica, se convierta él en su líder. No de buena gana acepta, al presentir, que sus convicciones no iban a ser del agrado de la comunidad de monjes, como de hecho no fue, al exigirles, Benito de Nursia, disciplina, devoción y austeridad. Tan conflictiva fue la relación que en dos oportunidades lo intentaron envenenar.

Las comunidades monásticas de la época era bien relajadas y sus integrantes, aunque cumplían con su labor espiritual, orar en nombre de otros para evitar así el castigo divino, por los excesos de una vida disoluta y corrupta, ellos mismos, pero en nombre de Dios, vivían esa vida. Holgazanes la mayoría, se dedicaban a comer y beber, dependiendo de las donaciones de los fieles o peregrinos, para seguir engordando, y viene éste monje, Benito, que comía una vez cada dos días, de carácter austero, que los hace trabajar y rezar, Ora et Labora,  y quien, por insistencia de ellos mismos, ahora es su abad y hay que obedecerlo mientras viva, pero la vida en esos tiempos es muy frágil, y en una cofradía, secreta; algo así como “lo que pasa en el monasterio se queda en el monasterio”, y envenenan su copa, pero mientras Benito realizaba la bendición, la copa se quiebra ante el asombro y la decepción de su comunidad, entonces lo vuelven a intentar, envenenando el pan, y justo antes que Benito se lo llevase a la boca, un cuervo negro se lo quitó de la mano y lo llevó a un lugar en donde nadie lo pudiese encontrar. Benito identificó las señales divinas y abandonó el monasterio con la intención de crear él uno suyo, con sus preceptos y convicciones.

Luego de los dos intentos de asesinato, san Benito
decidió marcharse junto a algunos fieles seguidores
para ir conformando, con el tiempo, nuevos monasterios.

De regreso a su cueva se hace cada vez más popular por su devoción, desarrollando la capacidad de hacer milagros, atrayendo, cada vez más, a hombres de fe, dispuestos a someterse a su guía, aunque austera y disciplinada. Con el paso de los años y siempre en los alrededores de Subiaco, fue conformando monasterios, de doce monjes cada uno, en los que el precepto de comportamiento comunitario se fue desarrollando y la autarquía se convirtió en su norte. Todos estos monasterios debían ser autosuficientes.

"Ora et Labora"
Autor: John Rogers Herbert, 1862
Galería Tate, Londres.

Impulsado por su carácter evangelizador, se traslada a la pequeña ciudad de Casino, a medio camino entre Nápoles y Roma, para fundar allí, en lo alto de una colina, en el antiguo templo dedicado al dios Apolo, otro monasterio, La Abadía de Montecasino, y disciplinar al entorno que aun mezclaban preceptos cristianos con tradiciones y ritos paganos. El primer paso para lograr tal hazaña fue la de subir a lo alto de la colina, destruir el templo y con sus propias manos la estatua del antiguo dios romano, y como es costumbre, construir, en donde una vez hubo un templo sacro, uno nuevo, para que por sustitución, suplantar un rito de adoración por otro.

La Abadía de Montecasino se transformó en su residencia permanente, visitando, de vez en cuando los otros doce monasterios para asegurarse su buen funcionamiento, pero a sabiendas, que a su muerte, sus rígidos preceptos podrían fallecer con él, razón por la cual se dedica a escribir una guía de comportamiento comunitario, que sus monjes, con los abades a la cabeza, deberían seguir día a día. A éste manual se le llamó “La Regla de San Benito” o sencillamente “La Regla”, compendio de 73 capítulos que hacen de la vida comunitaria monacal un estilo de vida, regulando el comportamientos y las obligaciones individuales para mantener la espiritualidad y la eficiencia colectiva, basados en el precepto primordial, Ora et Labora.

Ilustración medieval que representa a San Benito dando
"La Regla" a  monjes de distintas órdenes monacales.
Monasterio de St. Gilles, Nimes, Francia.

A la muerte de Benito de Nursia, en el año 547, a los 67 años de edad, sus seguidores se encargaron de hacer cumplir “La Regla” y difundirla en todas las comunidades religiosas del continente y más allá, transformándose él en el santo patrón de Europa. Los símbolos con los que se identifica al santo son: el Libro que representa a “La Regla”; la copa rota y el cuervo con el trozo de pan en la boca, y se ha transformado en el santo patrón de los arquitectos, ingenieros, espeleólogos y agricultores, invocándolo contra las picaduras venenosas y la fiebre.

Montecasino prosperó y se transformó en un importante lugar de peregrinaje de personas que deseaban visitar al cuerpo del santo, pero su estratégica ubicación geográfica también fue su perdición, siendo destruido en varias oportunidades. La primera fue en el año 584, cuando los lombardo, en su auge conquistador de toda la península itálica, llegaron a la abadía y la destruyeron, obligando a los monjes allí asentados a trasladarse en pánico y llevándose el cuerpo de su santo fundador a un lugar seguro, inicialmente a Roma, pero en ésta época, la una vez imponente capital del Imperio Romano, estaba desolada y era insegura, así que con reliquia en mano se marcharon a Fleury, actual Saint-Benoit-sur-Loire, Francia, en donde aun reposa. Dos siglos después la comunidad de monjes benedictinos regresó y por un tiempo mejoró, sobre todo cuando el Mayordomo de Palacio, Carlomán, hijo de Carlos Martel, tras su gobierno, como rey sin corona, en Austrasia, decide retirarse, en el año 747, a una vida de recogimiento espiritual en La Abadía de Montecasino, dejándole todas sus posesiones y responsabilidades a su hermano Pipino el Breve, quien habrá de convertirse en rey de Francia.

En el año 833 una horda sarracena (musulmanes, que por un breve momento invadieron y saquearon a Italia), destruyeron la abadía, la cual, como el Ave Fénix, resurgió de las cenizas un par de siglos después bajo el brillante liderazgo del abad Desiderios, quien más tarde sería electo papa Víctor III, reconstruyendo los edificios, aumentando el número de libros de la biblioteca y decorando las instalaciones con magníficas obras de artistas de renombrada fama.

Patio interior de la abadía, que representa su importancia histórica.

Por mil años la abadía se destacó sobre todas las demás, siendo el patrón de inspiración en vida monástica, siempre inspirados, a veces con menos devoción y austeridad, por “La Regla de San Benito”, hasta que en el año 1799 las tropas napoleónicas invadieron Italia y en un afán destructivo, saquearon la abadía, pero ésta se recuperó y perduró hasta 1866, momento en que se disolvieron los monasterios tras la conformación de La República Italiana. Pero no fue hasta finales de La Segunda Guerra Mundial, 1944, que Montecasino vivió su más crítico momento.

Ruinas de La Abadía de Montecasino tras el bombardeo
masivo de las Fuerzas Aéreas aliadas sobre lo que ellos
creían era un enclave del ejército alemán.
En el avance de las tropas aliadas a Roma, La Abadía de Montecasino, se yergue inexpugnable en lo alto de la colina dominando los pasos vehiculares, haciendo casi imposible la movilización por tierra. El Alto Mando aliado evaluó la situación y al recibir informes de inteligencia, que aseguraban que tropas alemanas estaban acantonadas en la abadía, se toma la drástica decisión de bombardear. Ante la inevitable realidad, dos soldados de la Wehrmacht: el teniente coronel Julius Schlegel y el capitán Maximilian Becker, tomaron la iniciativa, a gran riesgo de sus vidas, el recolectar todos los documentos posibles, al igual que invalorables obras de arte y trasladarlos al Vaticano para su resguardo histórico y artístico.

Los dos oficiales alemanes cargaron camiones con todos los
objetos valiosos y los entregaron al Vaticano para evitar su
destrucción, entre los que destacan: 1.400 códices manuscritos.

La Fuerza Aérea aliada bombardeó hasta los cimientos la abadía en una batalla que habría de durar 4 largos meses a un altísimo costo en vidas humanas: 20.000 alemanas y 54.000 aliadas, pero a pesar del alto costo, las tropas de la coalición aliada avanzó y eventualmente llegó a Roma, liberándola de la opresión nazi.
Las fuerzas alemanas siempre negaron su acuartelamiento en la abadía previo el bombardeo, nunca en cambio el atrincheramiento en las faldas de la montaña, más cerca a las vías de comunicación. Pero si subieron, según ellos, a las ruinas, para aumentar la ventaja estratégica.

Luego de la guerra la abadía fue poco a poco reconstruida
como había sido en el pasado inmediato, intentando representar
toda la grandiosidad de ésta fabulosa casa monacal.

Interior de la Iglesia de la abadía, reconstruida.

La Abadía fue reconstruida después de la guerra, siendo re consagrada, en el año 1964, por el papa Pablo VI.

Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi


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