viernes, 9 de mayo de 2014

El Café


Es insólito que ésta bebida tan estimulante, hoy consumida en todo el planeta, se haya descubierto hace apenas unos 500 años, y hoy, la producción mundial sobrepasa las 7.000.000 de toneladas, o lo que es equivalente a un kilo anual por cada persona que puebla la Tierra, aumentándose su consumo cada día que pasa, al descubrirse los beneficios que aporta y desmitificarse, muy poco a poco, el tabú nocivo que se pensaba poseía ésta bebida del "diablo", tanto para la salud como para el bienestar social.

El color del grano de café depende de la duración de la tostada; mientras más
claro su tono es, su sabor es más suave, pero la carga de cafeína es mayor.

Entre los antiguos pobladores era bien sabido que ninguna baya silvestre se podía comer sino era previamente consumida por los animales, una observación meticulosa instintiva, que no sólo certificaba el consumo del mismo, sino que además analizaba el comportamiento posterior y su posterior ingesta, ya que en su mayoría son venenosos y muy dañinos, pudiendo ocasionar incluso la muerte. Entonces es curioso, que ni los animales a la vista de seres humanos, hubiesen comido este fruto que además es tan vistoso y abundante en la planta, pasando de un color verde intenso, a un profundo amarillo, a un vistoso rojo. 

Existen más de 15 mil millones de plantas de café distribuidas en alrededor
de 80 países del Mundo, específicamente en áreas tropicales y subtropicales.

No existe ninguna referencia del café previa al siglo XV, fecha en la que el ser humano lleva ya siglos produciendo vino y cerveza; ha logrado dar con la fórmula de la pólvora, el vidrio, el papel y la porcelana; construido no sólo pirámides, sino grandes iglesias, incluso relojes de precisión astronómica, y ninguno, hasta la fecha, había descubierto la planta del cafeto. Cosa curiosa. Lo que nos da la esperanza de que haya en la naturaleza otras cosas exóticas a la espera de de un ojo sagaz y una mente abierta.

Cuenta la leyenda que en Abisinia, hoy día Etiopía, un pastor de cabra de nombre Kaldi, notó con sorpresa, como sus animales “bailaban” luego de ingerir los frutos de una planta, hasta ese momento desconocida para él. Aburrido y cansado por la tediosa labor de pastorear animales, se anima a probar, no sin temor, lo que sus cabras tanto disfrutan. Comió algunos frutos y lo rechazó por su sabor amargo, pero al cabo de unos minutos algo curioso le ocurrió, su cansancio desapareció y su ánimo se estimuló. Entusiasmado recoge unas muestras de granos y hojas, y se las entrega a un monje islámico, que al saborearlas, de inmediato las rechazó, lanzándolas al fuego, pero al contacto con el calor, un olor muy agradable invadió la habitación y el monje decidió darle a éste fruto otra oportunidad y comenzó a experimentar: tostándolo, moliéndolo y finalmente mezclándolo con agua caliente.

El personaje de Kaldi es legendario y su referencia apareció por primera vez
en Europa, en un texto escrito por Antoine Faustus Nairon en 1671.

Ahora los monjes tenían la solución a uno de los más grandes problemas a los que estaban condenados: el sueño. Con ésta infusión estimulante, cargada de cafeína, podían dedicarse a sus labores y rezos sin ser atacados por el letargo de una vida enclaustrada.

De Etiopía, la bebida cruza el Mar Rojo y llega a Yemen y desde allí se esparce por todo el mundo árabe, quienes lo acogen con amor y devoción, llegando a ser conocido en Occidente como la “amarga invención de Satanás”.

Abisinia, hoy en día Etiopía, está destacado en
verde y el cruce a través del Mar Rojo fue hasta el
sur de la Península Arábiga, en lo que hoy es Yemen.

El café, de haber sido descubierto antes de la época de Mahoma, éste seguramente lo hubiese vetado al igual que hizo con el vino, por ser un fuerte estimulante, pero a falta del Mensajero de Alá, los islámicos más ortodoxos intentaron prohibirlo, creándose una ley en la Meca en contra de su ingesta en 1511 y luego en otras ciudades islámicas, pero a pesar de lo obedientes que son los musulmanes en cuanto a su religión, su consumo no se evitó, sino que se clandestinizó a tal punto que la ley hubo que derogarla, o toda la población hubiese vivido en pecado eterno.  

La primera cafetería en la ciudad de Constantinopla, hoy en día Estambul,
fue en el año 1555, apenas dos años después de la conquista de la ciudad
por el sultán Mehmeh II y la caída en consecuencia del Imperio Bizantino.

En Turquía incluso se introdujo una clausula en sus leyes sobre el divorcio, en la que le permitía a la mujer divorciarse de su marido si éste fallaba en proporcionarle su dosis de café diaria.

El café cruza la frontera ideológica y continental hacia Europa a finales del siglo XVII, y de inmediato es acogido con mucho entusiasmo, pero al igual que 100 años antes en los países musulmanes, se intentó prohibir, ya que desde las cafeterías siempre provenían las críticas más acaloradas a los malos gobiernos y a sus mediocres gobernantes. Lo mismo pasaba en las tabernas, lugares en donde los hombres se reunían, compartían y se quejaban, pero con la única diferencia, que luego de varias copas, la mente y el cuerpo se les nublaba y el entusiasmo se diluía entre la resaca y el vómito. El café en cambio, con cada taza, la mente se agudiza, al punto de la euforia, y al fallar cualquier tipo de prohibición, se decidió ir a instancias mayores: Dios.

Un grupo de sacerdotes se dirigen a Roma con un único punto en su agenda: que el papa Clemente VIII prohíba su consumo. Otorgada la audiencia papal, y luego de escuchar la fanática diatriba de sus fieles súbditos, Clemente VIII, hábil político y administrador, pide probar, como ya dije antes, “la amarga bebida del Diablo”, y quedó cautivado, no sólo por su seductor aroma, sino por su sabor y posterior estímulo. Entonces, muy al contrario de lo que deseaban los sacerdotes, el papa comunicó que sería un pecado privar a los cristianos de tan agradable bebida, con lo cual, para “engañar” a Satanás, la bautizó.

Taza alegórica a la cita del papa Clemente VIII con respecto al café.

En contra de la creencia popular, en Inglaterra la bebida favorita de sus habitantes era el café y no el Té, llegando a haber más de 2.000 cafeterías para 1700. Para esa misma fecha todas las ciudades importantes de Europa tenían una cafetería, excepto en Rusia, cuyo consumo estaba prohibido con penas de encarcelación o mutilación.

En las cafeterías inglesas existía el refill, lo que agravaba el conflicto político.

La primera cafetería de Londres se inaugura en 1650, durante el breve período republicano de Oliver Cromwell; en Berlín en 1670; en Viena en 1683 y en París, su primer local fue el café Procope, que aún existe, en 1686, futura cuna del liberalismo intelectual que un siglo después (1789), desató La Revolución Francesa. No en vano todos los monarcas europeos veían en ésta bebida una amenaza latente. Y no sólo allí, sino también en el Nuevo Mundo. La primera cafetería de América se abrió en 1689 en Boston y la chispa independentista se gestó en el muy famoso Dragón Verde, en donde los revolucionarios norteamericanos deciden desafiar al gobierno británico lanzando toda la carga de Té de sus barcos anclados en la bahía: The Tea Party (1773).

Fachada del Café Procope en Saint Germain des Pres, París. Lugar favorito
de Diderot y Voltaire, en el que se encuentra aun su escritorio.

Pero éste corto período, desde sus primeros consumos certificados, y a pesar de todas las revueltas, imaginarias o reales, han hecho de ésta bebida la predilecta de miles de millones de personas, que todos los días amanecen con una taza en sus manos, desafiando los mitos a la salud pública que una vez también tuvieron el aguacate, el huevo y el chocolate.


Escrito por Jorge Lucas Alvarez Girardi

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